lunes, 13 de octubre de 2008

CARRERA DEL DOMINGO


Estaba todo preparado para ser un excelente fin de semana, porque mi hija iba a correr su segunda carrera. Le habíamos comprado unas zapatillas nuevas, le habían recortado una camiseta de Team Víctor GO! y esta era la motivación que ayer nos llevó a la carrera de Rubí. Ana pensó que había que ponerla en la carrera de 400 metros para que fuera tranquila y sin problemas, aunque habría niños de algunos meses menos. Yo, por cabezonería o por cumplir el reglamento, le convencí a Angela a salir con los de su año, que eran 1400 metros. La niña accedió, pero tristemente el señor encargado de la zona de salida no dejaba acompañar a los padres. De haberlo sabido, desde luego que hubiera salido en la otra carrera, pues de momento, y aunque el cole está a 300 metros no la dejamos ir sola. Total, el tema es que se cayó el mundo, porque la niña no pudo correr y estuvimos un poco tensos.
A falta de pocos minutos, decidí correr la carrera aunque con muy pocas ganas, pero los compromisos mandan, porque el organizador de la carrera, José, había hecho grandes esfuerzos para que esta magnífica carrera tuviera a los mejores atletas catalanes de fondo, y aunque no me considero tal, ya le había dicho que asistiría.
Una vez pasada la carrera, reflexionar un poco por todo lo sucedido con mi hija, me di cuenta de que había pasado algo que no le di mucha importancia, pero era "la lección del día". Al irnos de la salida de los niños porque mi hija no correría sola, una persona muy amable, excesivamente amable en un marco que tristemente hay excesivos nervios por ver a nuestros hijos o atletas correr, me dijo "que si quería que llevara a mi hija a hacer la carrera ya que a él le dejaban por ser su hija disminuída psíquica".
Era tal la felicidad de este padre con su hija, que nada les importaba. El padre, lo daría todo una vez más por ella, y la niña encontraría más minutos de felicidad, en el que nada ni nadie se los quitaría. Se les notaba alegres, contentos, y daban una lección de que la vida puede llegar a ser muy dura, pero ellas la estaban afrontando con vakentía. La mayoría de veces quejarse es una mala costumbre, cuando muchos de nosotros deberíamos ser felices y dar gracias por muchísimas cosas.
Esta mañana, he decidido parar la actividad, he ido a dar una vuelta, recogerme donde no llega el mundanal ruído (basilica), y luego regalar un libro a Ana y otro a Angela. El de la peque, como cada noche ha empezado a leer en voz alta, son "365 pensamientos para meditar al anochecer". Os pongo unos ejemplos que plasma todo esto que he contado.

"Una de las grandes sabidurías de la vida es aprender a distinguir lo esencial de lo accesorio".
"Los niños son felices y alegres porque saben vivir el instante presente, sin hacerse preguntas.Reaprendamos los reflejos de la infancia".