jueves, 22 de marzo de 2007

CRONICA DE ROMA


Os pongo una crónica de una chica que empezó en Víctor GO! 06 preparando Barcelona y ahora en Roma ha realizado su segunda maratón. Es la esencia de lo que buscamos en el grupo. Esforzados que sacan el tiempo donde pueden durante 15 semanas para poder entrenar e intentar realizar una maratón. Las marcas pretendemos que pasen a un segundo plano y ayudarles en todo lo posible es nuestra gran ilusión.

Más que un club
Capítulo III y último



EL MÍSTER

Nos llevó como el director de la orquesta a sus músicos, respetando el sonido particular de cada uno pero a la vez exigiendo de nosotros lo mejor para que la música sonara como es debido. Participando de las bromas (menudo es él) y también de las comilonas (no se corta un pelo), de la ilusión y la emoción.

Nos sorprendió a todos con una reunión de concentración la noche antes de la carrera. Digo que nos sorprendió, aunque a pesar de ello lo encontramos de lo más natural, como si el equipo ya hubiera celebrado varias de ellas. Si Víctor dice que reunión a las 21:30, reunión a las 21:30. Ahí se nos coló un corredor ansioso de engullir consejos y a pesar de que todos nos sentíamos un poco incómodos por su supuesta incomodidad, lo cierto es que estaba de lo más tranquilo, a punto de cubrirse de gloria.

Atentos escuchamos sus últimas instrucciones y uno a uno nos fue repasando objetivos y estrategia. Y a partir de entonces… a volar.

La carrera

Tal como os ha aventurado Flashman los primeros 10 primeros quilómetros fueron un toma y daca para encontrar el ritmo adecuado. Me asusté cuando el primer kilómetro lo pasé en mas de 8 minutos, aunque si es verdad que esa es siempre mi táctica en las carreras empezar despacito para ir recuperando, ¿pero tanto? Bien es cierto que un embudo a pocos metros de empezar nos impidió correr y tuvimos que andar un tramo, cosa que para mí es un sacrilegio. Con todo y con eso y a pesar del caos en el avituallamiento del 5, iba avanzando terreno, más de lo esperado. En esos diez quilómetros conseguí robar 4 minutos a mi propia previsión (una lista con quilómetros y tiempo que llevaba enganchada en el reloj). Después de los saludos efusivos de mi prima y Laura, con foto incluida y habiéndome tomado el primer gel, percibí en el gemelo derecho un amago de tirón: -Tía concéntrate, que todavía estás en el 12 y si te viene el tirón tendrás que tirar como sea- Me dije. Así que intenté bajar ritmo y relajarme, sobretodo relajarme. Ahí pensé en Carme y sus remedios milagrosos, sus pilates y también en mi pasado yoguístico del que seguramente algo me queda. Mucho antes vi a Víctor en el bucle de la Vía Ostense, que lujo, tener a un luchador como entrenador.

En el 20 como quedamos me recoge Ana. Me comenta que el resto de los compañeros van bien, muy bien me dice. Yo, no hablo mucho pero sí que le cuento las pocas incidencias. –No hables, no hables. Me dice. -Tú dime lo que quieres, que estoy aquí para lo que necesites. Si quieres que te anime te animo sinó me callo-.

No sé si le contesté. Porque a partir de que ella me cogió solo pensaba en correr, despreocupada de todo lo demás: -Vas muy bien Montse, vas muy bien-. Eso me lo decía porque ella iba controlando a cuanto pasábamos el kilómetro y yo también, con mi lista de papel que ya se había partido en dos. La verdad es que lo recuerdo todo como un sueño y en los resquicios que todavía me permite Morfeo evocar están la sensación de que mis piernas iban solas y que Ana, de vez en cuando me decía: -Baja el ritmo, Montse, baja el ritmo. Disciplinada, aunque rebelde a la vez aminoraba la marcha, con su consecuente aprobación. En los avituallamientos no quedaban botellines pequeños de agua y nos apañamos con una botella grande que ella iba vaciando para llenar la más pequeña. Así íbamos empalmando avituallamientos, siempre con agua en las manos. También me llevaba los geles. Y yo solo tenía que pronunciar:-¡Gel! (arriba, abajo, pal centro y… pa dentro)

Los quilómetros iban sucediéndose, con los ánimos consecutivos de mi compañera: -Muy bien campeona, muy bien-. Y si, yo lo veía, iba bien, pero entre susurros le comentaba: -Todavía no hemos llegado, aún falta-. Debo confesar que a pesar que iba bien yo solamente tenía en mente una cosa, que a la llegada el crono de meta me marcara un 4 bien grande. Yo había salido con 4 minutos de diferencia y eso quería decir que tenía que avanzarme al crono de meta si quería que eso sucediera. Y a pesar de esa disciplina que tengo propia de mi idiosincrasia, mi parte más rebelde me instaba a desobedecer un poco las consignas de mi tutora. Cuando aminoraba, aminoraba porque ella me lo decía y en ese momento creía que era lo más prudente, pero no sé que pasaba que a los pocos metros ya estaba dándole caña otra vez.

Después del 35 creo que ya no era yo. Sólo piernas. Mi respiración (ya sabéis cómo respiro cuando corro) asustaba a los otros corredores, a los cuales iba pasando, bajo su absoluta incomprensión. Creo que fue en ese momento que me emocioné y me puse a llorar como una chiquilla. :-¡Llora Montse que lo que estás haciendo es muy grande! Pero deja las lágrimas para luego, que vas a llorar de alegría-. Ese fue el comentario de Ana. Sí, el llorar me restaba fuerzas y me contuve. Y entonces ya todo me resulto un poco más difícil. A pesar de ello le pedí que me ayudara, que me ayudara a bajar esos 4 minutos para que en el marcador figurara un 4:59:59. -Vas sobrada Montse, no te preocupes, vas sobrada-. Encontramos la liebre de cinco horas que me había pasado hacía bastantes quilómetros y que según mis cálculos iba demasiado deprisa.

Ahí empecé a desfallecer y Ana se cebó conmigo: -Venga, Montse, venga. Ya lo tienes. Está ahí. Mira lo poco que te queda. Apóyate en el grupo de cinco horas. Venga métete en el medio y apóyate-. Todo eso con empujoncitos en la espalda. Pero al entrar dentro del mogollón la perdía y giraba la cabeza hacia atrás, buscando a mi preciado talismán. –No te preocupes por mi, tu sigue, sigue hacia delante y mira al suelo- Efectivamente los adoquines eran traicioneros, aunque en ese momento, eso era lo de menos, ya que desde hacía rato solo veía pies. No sé de donde saqué las fuerzas, pero lo cierto es que pasé al grupo y me situé delante de él, pudiendo gozar de nuevo del apoyo incondicional de mi pareja. A partir de ahí hasta el final no dejó de animarme y creo que la gente que íbamos pasando debería quedar alucinada. –Sólo te quedan 20 minutos Montse y tendremos el Coliseo en nuestras manos. Venga, venga, campeona, que eres una campeona-. El repechón final me resultó como una patada en el vientre, creo que de todos fue el peor, aunque debo deciros que en toda la maratón no noté el calor ni tampoco los desniveles. Mi mente estaba transpuesta, enfermiza por el ansia de correr.

Y así fue, acariciando el asfalto, de lo que en algún tiempo fueron vías romanas, como llegamos a tocar el Coliseo que se rindió a nuestros pies cuando después de haber cruzado la meta nos fundimos en un abrazo que inundamos con nuestras lágrimas.

Allí nos esperaba el artífice de todo ello, visiblemente emocionado e incrédulo de lo que veían sus ojos pequeñitos de ratón. Aunque no le pude ver las lágrimas, adiviné pupilas humedecidas cuando agradeció a su mujer lo que había hecho aquel día por él.

Minutos después Ana me confesó que había corrido enferma, aquejada de un dolor en la boca del estómago que llevaba arrastrando desde el día de la salida de la expedición.

Hace algunos días un compañero nos deleitó con un artículo que saldría publicado en una revista deportiva para corredores. En él, tomando a nuestro compañero como ejemplo se preguntaba el articulista el significado de esas ansias por correr. Yo desde luego no soy la persona más idónea para contestar ya que llevo muy poco tiempo en este deporte, pero lo que si puedo asegurar es que sabiendo que el amor se puede manifestar de muchas maneras, sin duda el correr es una de ellas.

Veni, vidi, vici

Besos

Montse